«La niña negra que hablaba francés» por Concha Aparicio

El libro protagonista de abril en el club de lectura tiene tantos aspectos a destacar que le cuadra bien el adjetivo de poliédrico. Relata los recuerdos de infancia de la autora, Marisé Condé. Aunque, tal como indica la frase de Proust en la obra, «lo que la inteligencia nos devuelve con el nombre de pasado no es el pasado». Y es que es sabido que la memoria no conserva una copia fiel de los hechos, sino que los reelabora y reconstruye a lo largo del tiempo.

Uno de los aspectos a destacar reside en el ajuste de cuentas que hace con sus padres. A mi juicio, no se puede explicar de otro modo el comienzo. Se da en el primer capítulo, que se titula «Retrato de familia». Refiere que, si a sus padres les hubieran preguntado por la opinión que les merecía la Segunda Guerra Mundial, habrían calificado el periodo como el más sombrío jamás conocido. Pero la sorpresa viene después. No lo consideran así por sus terribles consecuencias, sino por el inconveniente de no poder viajar a Francia. No obstante, el reproche tiene su contrapunto. A lo largo del libro la autora da muestras de sobra del amor que les profesa; sobre todo, a la madre, a la cual está dedicado el libro.

El clasismo está presente a lo largo de la obra; así como el distinto modo de vida en función del lugar y, por supuesto la familia, donde se nace. Condé retrata con maestría el difícil proceso de adiestramiento que entraña para un niño interpretar el mundo de los adultos. Unas veces, a través de preguntas sin respuesta; otras, con una respuesta que ahonda más si cabe la duda previa. Por las páginas, desfila el aprendizaje de los afectos, tanto a los adultos como a los amigos. En este sentido, el reflejo de la amistad infantil me parece extraordinario. Una entrega sin reservas ni condiciones, cuya demostración conmueve.

El esfuerzo del aprendizaje se extiende a ámbitos muy variados. Entre otros, en los criterios estéticos, lo que sume a la niña en un enorme desconcierto; en el descubrimiento de modelos de familia tan distintos al suyo; asimismo, el alto precio a pagar por ser sincera. Pero la dureza de las lecciones empalidece al lado de la mayor de todas. Y esta es, nada menos, que la de tomar conciencia de la alienación de sus padres. Una pareja que se niega a admitir la realidad en la cual están inmersos: un profundo racismo que segrega a las personas por el color de su piel. Y la más pequeña de sus hijos no saldrá del contexto imaginario en el que viven sino a fuerza de confusión y heridas en el alma.