Francisco Brines

Premio Cervantes 2020

El Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes lo concede el Ministerio de Cultura y Deporte y está dotado con 125.000 euros. El fallo del Jurado fue anunciado el 16 de noviembre de 2020 por el ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes, acompañado de la secretaria del Jurado, directora general del Libro y Fomento de la Lectura, María José Gálvez Salvador, en un acto celebrado en el Auditorio del Ministerio de Cultura y Deporte, tras la reunión telemática del jurado del Premio.

El Jurado, que ha destacado que “Francisco Brines es uno de los maestros de la poesía española actual y su magisterio es reconocido por todas las generaciones que le suceden”, se ha reunido de forma telemática. Ha estado presidido por Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia Española, actuando como secretaria María José Gálvez Salvador, directora general del Libro y Fomento de la Lectura, y como secretaria de Actas, Begoña Cerro Prada, subdirectora general de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Españolas, ha estado formado por Tatiana Alvarado Teodorika, por la Academia Boliviana de la Lengua; Inés Fernández-Ordóñez Hernández, por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE); Juan Domingo Argüelles, por la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL); María Luisa Castro Legazpi, por el Instituto Cervantes; Eduardo Mendoza Garriga, por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura; Guillermo Altares Lucendo, por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE); María Consuelo Eguía Tonella, por la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP); Madeline Sutherland-Meier, por la Asociación Internacional de Hispanistas; Ida Vitale, Premio Cervantes 2018; y Joan Margarit, Premio Cervantes 2019.

Francisco Brines

Francisco Brines - Fotografía de  Jesús Císcar

El poeta Francisco Brines (Oliva, Valencia, 1932), licenciado en Derecho, Filosofía y Letras e Historia, es doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de Valencia y ha sido lector de Literatura Española en la Universidad de Cambridge y profesor de español en la Universidad de Oxford. Fue elegido académico de número de la RAE el 19 abril de 2001. Tomó posesión el 21 de mayo de 2006 con el discurso titulado ‘Unidad y cercanía personal en la poesía de Luis Cernuda’.

Pertenece a la llamada generación del 50, de la que formaron parte, entre otros, Claudio Rodríguez, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma y José Ángel Valente.

Su obra poética ha sido reconocida con numerosos galardones, entre ellos el Premio Adonais por Las brasas (1959), el Premio de la Crítica en la modalidad de poesía castellana por Palabras en la oscuridad (1967), el Premio de las Letras Valencianas (1967), el Premio Nacional de Poesía por El otoño de las rosas (1987), el Premio Fastenrath por La última costa (1998), el Premio Nacional de las Letras Españolas (1999), el Premio de Poesía Federico García Lorca (2007) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2010).

Ha reunido su obra en Ensayo de una despedida. Poesía completa, 1960-1997 (2012). En 2016 apareció Jardín nublado, una selección de sus mejores poemas junto a otros inéditos, y en 2017 Entre dos nadas, que incluye diez poemas inéditos y más de un centenar elegidos por diferentes amigos, lectores y estudiosos de su obra.

En 2018 se publicó Antología poética, que «cubre la entera trayectoria del autor, desde su primer poemario —Las brasas (1959)— hasta el postrero —La última costa (1995)—, además de diez poemas publicados con posterioridad, pertenecientes a un libro inédito, que iluminan su última etapa».

El 9 de octubre de 2019 le fue concedida la Alta Distinción de la Generalitat Valenciana, que recibió en diciembre en su casa.

Poemas

Junto a la mesa se ha quedado solo

Causa del amor

Desde Bassai y el mar de Oliva

El porqué de las palabras

La última costa

Los veranos

Los veranos

¡Fueron largos y ardientes los veranos!
Estábamos desnudos junto al mar,
y el mar aún más desnudo. Con los ojos,
y en unos cuerpos ágiles, hacíamos
la más dichosa posesión del mundo.

Nos sonaban las voces encendidas de luna,
y era la vida cálida y violenta,
ingratos con el sueño transcurríamos.
El ritmo tan oscuro de las olas
nos abrasaba eternos, y éramos solo tiempo.
Se borraban los astros en el amanecer
y, con la luz que fría regresaba,
furioso y delicado se iniciaba el amor.

Hoy parece un engaño que fuésemos felices
al modo inmerecido de los dioses.
¡Qué extraña y breve fue la juventud!

Desde Bassai y el mar de Oliva

Era en aquel viaje por las tierras dormidas de la Arcadia,
para encontrar el templo en donde floreciera la primera sonrisa del capitel de acantos (o de rosas),
allí donde la ausencia adusta del cestillo era un canto de fuego y de cigarras.
Las columnas de piedra sostenían el pájaro y el cielo.
Los pájaros azules, el cielo derribado.
El féretro estival del tiempo destruido. Y todo se perdía y era eterno.
Yo miraba en tus ojos el mundo que era estable y muy viejo, y tú sonabas sólo como la juventud.

Y antes vi el mar, en esas horas solas de la siesta,
cuando el sol enloquece su extensa superficie, y brilla en aire de oro suspendido
esa frescura eterna que hace dioses muy niños los ojos del que mira,
cuando llegan veloces y pausadas las velas lejanísimas,
y sólo existe el mar, el cuerpo de una gloria azul e inacabable,
y aquel que lo contempla con ojos escondidos, y la mirada ardiente:
el muchacho, con un secreto amor también inacabable de sí mismo,
porque el mundo y la vida se hospedan sólo en él.
Y nadie aún existía que a él le desplazara, ni tu humana hermosura.

Sigue aún el mar, pero no la mirada, ni las velas,
y el templo, con las puertas cerradas, es triste, y es católico.
Alguien me dio un abrazo de adiós definitivo en un andén muy agrio
y en los espejos busco, y araño, y no lo encuentro
a ese que fui, y se murió de mí, y es ya mi inexistencia.
Lo siento más extraño que a mí mismo
cuando tienda a saberme desde mi ceguedad y todo sea el hueco,
y esto es así porque percibo un resto muy breve de su luz todavía.
Yo sé que olí un jazmín en la infancia una tarde, y no existió la tarde.