Para mí, ha sido un descubrimiento. El libro y la autora. Otro más en la lista de lecturas tan interesantes que estamos encadenando en el Club de Lectura.
Lo primero que me llama la atención es la portada. Un collage de Teresa Ettel realizado a partir de una fotografía de Vivian Maier. Prescindiría de los adornos floreados y me quedaría con la fotografía original. Dos niños negros en un flamante automóvil. El niño mira hacia adelante. La niña, con ojos penetrantes y escrutadores, mira directamente a la cámara. Mirada profunda e ingenua. A medida que voy leyendo, la imagen de esa niña cobra vida en lo que va relatando la autora. Aunque sé que no se corresponde con la realidad -el auto debería ser un Citroën 4 CV y el niño bastante mayor-, juego a imaginarme a esos dos niños como Maryse y Sandrino.
El libro está explicado en el título: Corazón que ríe, corazón que llora. Cuentos verdaderos de mi infancia. En diecisiete capítulos, cada uno como si fuera un cuento, aunque sin perder la unidad del relato, Maryse Condé recrea su infancia, adolescencia y juventud. A veces con dolor, a veces con alegría, siempre con un lenguaje exquisito.
Maryse es la menor de ocho hermanos de una familia acomodada de negros antillanos (los Supernegros) que se consideran auténticos franceses. A pesar de su color, abrazan la cultura blanca occidental y no sienten el mínimo orgullo por su herencia africana. Al contrario, la ignoran. Maryse, con la complicidad de su hermano mayor Sandrino, que considera a sus padres “alienados”, enseguida se rebela: “pasé de niña modélica a niña contestona y faltona”.
Con un estilo narrativo directo y ágil, Condé relata sus primeros años. Nace en plena fiesta popular. Un martes de carnaval. Pero la alegría siempre está contrarrestada con el dolor: “Me gusta pensar que mi primer aullido de terror pasó desapercibido en mitad del jolgorio de la ciudad. Quiero creer que fue un signo, el presagio de que sabría reír las penas más grandes”.
Hay capítulos, o cuentos, deliciosos. El de Yvelise, por ejemplo. “Mi mejor amiga, a quien conocía desde preescolar en el colegio de Dubouchage, se llamaba Yvelise. Cariñosa, risueña como las libélulas, tenía un carácter tan apacible que, por comparación, me hacía parecer más chalada si cabe, decían en mi entorno”. Un día, en una redacción escolar, “describe a tu mejor amiga”, Maryse habla de los defectos de su amiga con brutal sinceridad. Tal y como la ve. El asunto, a través de la maestra, llega a los padres. Y se arma el quilombo: “Mi madre se lo tomó muy a pecho. Mi padre también. Como éramos pocos, el padre de Yvelise también se cabreó. En resumen, que los adultos lo liaron todo y olvidaron el origen infantil de la disputa”. Y sigue Condé, desdoblada en la niña Maryse: “En el corazón de los niños, la amistad late con la violencia del amor. Sin Yvelise, sentía una aflicción constante, lacerante como el dolor de muelas. No podía dormir. No tenía apetito y la ropa se me quedó toda grande”. Afortunadamente, con una simple chocolatina, las niñas arreglan el entuerto. Y remata Condé: “Hasta el día de hoy, mi amistad con Yvelise, tras superar el eclipse de la adolescencia, ha salido victoriosa de todo drama”.
Capítulo a capítulo, cuento a cuento, Maryse Condé nos lleva de la mano desde esa niña a la mujer adulta. Su educación, su rebeldía, su conciencia de mujer, de mujer negra, el amor y el desamor. La compleja relación con su madre. Y el salto a París para seguir estudiando. Su encuentro con la vida de verdad: “… la vida de verdad, con su cortejo de duelos, de fracasos, de inefables penas y de alegrías siempre a destiempo”. Siempre narrado con una profunda elegancia y belleza. Siempre transmitiendo verdad, autenticidad.
El libro tiene un problema. Que se acaba pronto. En un doble sentido. Que se lee en un santiamén y que sólo cuenta la trayectoria de Maryse hasta el inicio de su edad adulta. Me quedo con ganas de más. Así que, para remediarlo, salgo pitando a buscar “La vida sin maquillaje”. Para seguir profundizando en las peripecias vitales de Maryse Condé. Para seguir disfrutando de literatura de calidad. Espero.