Un comentario a Corazón que ríe, corazón que llora, de Maryse Condé por Ángel Luis Martínez

Je suis né dans une île amoureuse du vent
Où l’air a des senteurs de sucre et de vanille 
Daniel Thaly. «L´’Île Lontaine»

Corazón que ríe, corazón que llora es una colección de diecisiete relatos, en los que Maryse Condé rememora su infancia y su juventud. En esta sucesión de relatos nos va descubriendo su relación con el entorno, como este va moldeando su personalidad y como eso influirá, más tarde, en su prosa. La narración es directa, sin eufemismos, no ahorra ningún detalle, va directa al corazón y, aún así, no es agresiva; el lector se siente interpelado sin sentirse angustiado o molesto.

La dedicatoria de Maryse es para su madre y esta relación además del concepto de “alienación” es lo que va a vertebrar y servir de hilo conductor a los relatos. Debajo de la dedicatoria pone una frase: “Lo que la inteligencia nos devuelve con el nombre de pasado no es el pasado” de Marcel Proust. Quizá nos esté alertando de una edulcoración del texto o, más bien, como comprobaremos más tarde, de la ironía y el humor que subyace en algunas descripciones como la asistencia al parto de una prima “Entonces, incapaz de soportarlo más, me desmayé lentamente “. O el juego del “ pito duro” con Juluis.

La personalidad de Maryse y su narrativa, que van entrelazadas, se ponen de manifiesto en la redacción, del colegio “describe a tu mejor amiga” o en la fiesta de cumpleaños de su madre, ambos con un impacto muy negativo en las destinatarias. Maryse habla de las personas como las ve con sus defectos y sus virtudes y aprendió algo: “No hay que decir la verdad. Nunca. Nunca. No a los seres queridos. Hay que tratarlos siempre con los colores más luminosos. Sacarlos favorecidos. Hacerles creer lo que no son.”. Máxima que, en cambio, nunca mantendrá consigo misma.

La menor de la familia siempre sobreprotegida mantuvo una relación de amor-odio con su madre, a la que acusaba de querer ser lo que no era. Su madre, un ejemplo de superación personal, fue la primera profesora antillana de color que procedía de un entorno desfavorecido. Quiso que Maryse, a diferencia de sus hermanas, tuviera la mejor educación y se convirtiera en una mujer independiente y autónoma; esto la llevó a relacionarse solo con Sandrino su hermano mayor siendo ignorada por el resto.

En cierto modo, aunque privilegiada, mi existencia no era feliz. En absoluto. Vivía en un desierto afectivo. Mis hermanas Émilia y Thérèse me sacaban demasiados años. Sus corazones no sentían por mí más que indiferencia. Me veían como un accidente de nuestros ancianos padres y una niñata mimada, a quien, gracias a Dios, la vida se encargaría de meter en vereda.”

De Sandrino, aprendió el concepto de “alienación” (Frantz Fanon lo describió como “Piel negra, máscara blanca”); con ese síndrome a sus espaldas, va transcurriendo su infancia entre situaciones alegres “corazón que ríe” y algunas desagradables “corazón que llora”. Descubre la libertad y la superación de los miedos a lomos de una bicicleta y decide salir del entorno de los “Supernegros” para encontrar esa identidad que no encuentra en las islas.

En París se encuentra más confusa que en Guadalupe, los profesores la rechazan. Descubre otra Guadalupe a través de Aimé Césaire, pierde al mismo tiempo sus dos anclajes en la familia su hermano y su madre. Encuentra el amor y es abandonada y termina deshaciéndose de su identidad, aunque no del todo: “Primero me dio por pensar, indignada, que la identidad es como un vestido que tienes que ponerte, lo quieras o no lo quieras, te quede bien o no

Abandonará París y empezará una nueva etapa de su vida que comienza así;

Acababa de tropezarme con la vida, la vida de verdad, con su cortejo de duelos, de fracasos, de inefables penas y de alegrías siempre a destiempo”.